Saludos, Hoy
en memorias de nuestros pueblos, seguimos en Tinaquillo recordando Nuestras
historias gracias a el libro CRÓNICAS DEL TINAQUILLO DE AYER del Doctor José Ramón López Gómez.
La Iglesia Vieja.
Como todas esas iglesias viejas de pueblo, aquella tenía su campanario,
que más se parecía a un palomar que a lo que pretendía ser. Sus paredes eran de
gruesa mampostería y calicanto con una arcada románica en el frontis, y anchos
portones de maderos crujientes. Solo tenía dos naves, separadas por arcos
romanos y sus bancadas de caoba en el centro y al fondo de la nave principal, un modesto altar
cubierto de manteles, bordados por manos piadosas del pueblo. No existía
retablo bruñido de oro, como en otras ricas iglesias, construidas durante la
colonia; solo un nicho central, que alojaba la imagen de la patrona del pueblo,
la Virgen del perpetuo socorro , quien sostenía un niño gordito y casi etéreo,
porque no estaba propiamente en la mano,
sino cosido al manto de la Virgen. Sentimos gran veneración, por aquella imagen
de cara melancólica. Un día, de preparativos para las conmemoraciones de sus
festividades y mientras la bajaban de su
nicho, para ponerle un manto nuevo, descubrimos con horror infantil, que
aquella imagen era hueca por dentro, un
armazón de madera que sostenía una cabeza de yeso y unos brazos enjutos.
En la otra nave y al fondo de un nicho había un Corazón de Jesús traído de España, con risueña cara
de Caballero Castellano y en cuyo altar se encontraba en permanente vela el
Sagrario del Santísimo, antes quien nos arrodillábamos cada vez que pasábamos enfrente.
En las
paredes laterales, habían más
nichos e imágenes; recordamos en
especial a san Antonio, con la cabeza
rapada y el habito franciscano; a San José con su ramo
de palma y la Virgen del Carmen con dulce mirada redentora.
Hacia la calle que daba al Oeste
y detrás del campanario, se alza la hermosa gruta, que el padre Sucre,
había hecho construir con la ayuda de toda la feligresía.
La vieja Iglesia, era el centro de la
vida espiritual del pueblo y todos sentíamos especial
cariño por aquella sencilla
estructura donde habían sucedido tantos gratos acontecimientos. Pero un buen
día a alguien se le ocurrió demolerla aquella reliquia, “porque había iglesia nueva”.
Hoy
la colectividad responsabiliza al padre
Eleazar Aguilar, de haber permitido la
demolición de la iglesia vieja que a su recuerdo histórico más que a sus líneas arquitectónicas, sumaba
el hecho de ser la tumba de sacerdotes y personas eméritas del pueblo.
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