viernes, 29 de agosto de 2014

Memorias de Nuestros Pueblos: El Violín Encantado

Era un hombre ya viejo, medio encorvado, con la ropa sucia y remendada, las alpargatas rotas y su mugroso sombrero buen metido en su cabeza, ocultándole los ojos. Caminaba lentamente hablando solo y solía reírse sin motivo aparente. Pasaba todos los días por mi casa en la mañanita y yo le veía pasar escondido detrás de la puerta. Le tenía un miedo terrible, desde que oí decir a Agapita, la cuenta cuentos del barrio, que ese señor tenia pacto con el diablo.

    Eugenio Rivado había sido, según los más viejos del pueblo, un señor muy acomodado, de buen vestir, con liquilique del dril inglés y con yuntas de oro en el cuello; buena bestia de silla y una parcela grande, en la entrada del pueblo, en la vía hacia Las Mesas de Carabobal, con vacas en sus corrales; gordos cochinos en los chiqueros y un hermoso patio de gallinas; frondosas matas de quinchonchos, yuca y frijol en la parte trasera de sus terrenos y una hermosa casa de grandes muebles de madera y cuero. Buenos negocios hicieron de Eugenio un hombre rico, y, según las malas lenguas, había tenido más de ocho concubinas que duraban muy poco en su casa. Algunos exagerados cuentan que después de cada fiesta que celebra en su finca, más o menos, cada dos años, estrenaba una mujer. Eugenio, además de buen comerciante era músico, virtuoso  del violín. Pero la leyenda cuenta, que extrañamente, en las fiestas que no era bien recibido, o no lo invitaban a tocar, se le reventaban continuamente las cuerdas al violín; el cuatro o la guitarra y terminaban las reuniones con riñas y discusiones. Tenía un perro negro y grande al que llamaban Satán, quien lo acompañaban a todas partes y ahuyentaba a sus enemigos.
    “El Novillo” era un joven campesino algo retrasado, pero avispado y alegre, que vivía con su tía Juana Brito, en mi vecindario. Cuando muchacho, había trabajado cuidando los animales en la casa de Eugenio Rivado. Al “Novillo” le encantaba jugar con los muchachos del barrio y se había hecho muy amigo mío. Cuando veía acercarse a Eugenio se ponía más tartamudo, con el temor, y corría a esconderse. Un día le pregunte por que lo asustaba tanto el viejo Eugenio y me respondió:
      E…Ese…s…señor…es el d…diablo__. Seguí insistiendo y esta es la historia que me conto:
      Yo trabajaba en la finca de Don Eugenio. Ese día la casa veía más bonita, recién pintada con abestina azul clarito y el patio limpiecito. Esa noche había fiesta y vendría gente del pueblo y de las Mesas de Carabobal. Como a las ocho de la noche llegaron Raúl, el cuatrista, Julián el maraquero y Federico Carrillo, que tocaba el violín. Eugenio saco su violín del lujoso estuche y ensayo un rato con los otros músicos. Al rato comenzó el baile. A las diez ya los cuerpos sudorosos, estimulados por la “guarapita” y la “meladura” brincaban zapateando y escobillando al ritmo de la recia música campesina. La mujeres tomaban el “Coloradito”, picante y dulzón. A esa hora llego María Luisa. Desde las Mesas deCarabobal, una linda trigueña de dieciséis años, alta, delgada, con la sonrisa a flor de labios y unos ojos alegres e inquietos. Venia acompañada por su abuelo don Tiburcio, curandero con una fama bien ganada en todo el distrito.
       Yo veía todo desde la ventana de la sala que daba hacia el patio, porque el amo no me dejo entrar a la fiesta.
       Eugenio recibió personalmente a María Luisa y su abuelo y le dedico la próxima pieza musical, “La Reina”, que tocaría personalmente y con lo cual solíaenamorar a sus futuras concubinas. Eugenio no había bailado en toda la noche, aunque solo tras la figura de la esbelta María Luisa. Comenzó su famosa pieza y al rato las parejas hacían diversas figuras al llamado del violín. Los “parejos” aspiraban el perturbador olor que se escapaba por la parte de arriba del vestido de las paredes. De repente:
     …Tu no me lo vas a creer Miguel, pero yo lo vi con mis propios ojos, Eugenio se paró abandonando la silla, donde recostó el violín y la varilla siguió, como un serrucho moviéndose de un lado a otro, dándole a las cuerdas, tocando ese famoso joropo “La Reina”. Allí lo dejo Eugenio, tocando solo, y le quito la pareja a Joaquín, violín tocaba solo. Ni siquiera las personas que no bailaban se dieron cuenta. Todos estaban como encantados. Eugenio llevaba a María Luisa a su silla y regresaba a seguir tocando su violín. Así pasaron muchas piezas, repitiéndose las mismas circunstancias. Como a las cinco de la mañana se dio por terminado el baile, Eugenio despidió a sus invitados y le decía insistentemente a María Luisa que se quedara a dormir en su casa, y está en silencio solo sonreía y se tocaba una pequeña reliquia que le había preparado su abuelo y que cargaba cosida en su cota floreada.
    __Don Eugenio__le decía Tiburcio__esta noche le fallo su socio, porque yo vine preparado para proteger a mi nieta. Para que se ponga en esa linda flor tiene que entrar en ese sitio que usted no puede ni ver, la iglesia, y casarse como Dios manda. Vaya a buscar a su socio para que le consiga otra concubina; y se marchó con su nieta que le esperaba en el patio.
     La siguiente noche, Eugenio, entro en el pequeño cuarto que no abría nunca delante de ninguna persona. Se oyó tirar algunos objetos y maldecir con horrendas palabras. Como a las doce salió con un saco al hombro que llevo al fondo del solar, allí enterró su contenido y regreso a la casa donde empezó a tomar “caña clara” (aguardiente) y a refunfuñar y maldecir. A las cinco de la mañana dormía profundamente “la pea”. Como a las doce del día despertó malhumorado y nos corrió a todos los que trabajamos en su casa. Desde esa fecha comenzó Eugenio  desmejorar, no solo económicamente sino también personalmente. Con el tiempo su casa se desmorono, los animales se murieron o cogieron el monte, y la maleza se apodero de los terrenos.
     Eugenio se convirtió poco a poco en alcohólico, llegando al estado de abandono tal como lo describimos en la primera parte de este relato, vagando sin rumbo día y noche, hablando solo y riéndose sin motivo alguno, hasta que Dios se apiado de su alma, amaneciendo muerto una mañana acompañando solo de su fiel guardián el perro negro.

 Tomado del Libro huellas de tinaquillo


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