Como todos
los lunes en la noche, María se preparaba para salir de viaje, de El Baúl hacía
Valencia, a buscar la mercancía para surtir su negocio de verduras, ubicado en
la calle Bolívar del pueblo.
Le
gustaba viajar de noche para estar de vuelta el martes antes del mediodía.
Acompañada
de Mario el chofer de su papá el viejo Nicolás, a bordo de una camioneta tres
cincuenta se deslizaban por la solitaria carretera bajo una luna clarita en
amena tertulia.
-
Mire, María, -le dice el papá- a usté, además, de gustarle andá de
noche le encanta viajá los lunes, como si fuera animera.
-
No hombre, viejo, ya usted va con sus cábalas, cualquier día es igual, pá
trabajá lo que necesita es voluntá.
-
Bueno, eso es lo que pasa ahora, que la juventud de hoy día ni respeta ni cree
en ná, por eso es que suceden tantas cosas.
Llevarían
cuarenta y cinco minutos de recorrido y la luna empezó a ocultarse tras unos
nubarrones negros, hacia tan solitaria la carretera que ni siquiera un conejo
se veía jugueteando en el hombrillo.
Se
había hecho un corto silencio, el cual interrumpió Mario el chofer.
-
¿Oyeron ese ruido? Parece una cruceta, se respondió el mismo.
-
Eso era lo que faltaba, dice María, ojalá que no sea nada grave, precisamente y
comenzando a subir La Galera y a esta hora. Que vá.
-
¿Qué hora tenemos Don Nicolás?, preguntó Mario.
-
Las once y cincuenta y cinco, mijo.
-
No se preocupe que sólo fue un traquío, tranquilizó el chofer.
No
habían transcurrido cinco minutos cuando justamente en La Vuelta de La Leona,
de la pata de un mango grande que está a la derecha, salió una mujer corriendo
y se abalanzó sobre el carro, los tres la vieron muy bien porque la velocidad
no era muy alta. Era una mujer muy blanca, con una larga y negra cabellera que
le caía sobre el rostro.
Mario
clava los frenos de la camioneta. El vehículo se detuvo emitiendo un
chirrido que se confundió con el grito espeluznante de María, rompiendo el
silencio de la noche, finalmente, Mario logra detenerse un poco más adelante,
como atontado al volante, Mario repetía sin cesar:
¡Matamos
esa mujer, matamos esa mujer!
-
Bueno mijo, bájese, vamos a ver qué pasó.
-
Yo no me bajo -gritaba María- presa de una crisis de nervios.
-
Cálmese, mija, que Mario y yo vamos a ver, usté quédese tranquila.
Los
dos hombres se bajaron y Mario se agachó por la parte delantera.
-
Don Nicolás gritó
¡ Mario,
aquí debajo no hay nadie!
-
No puede ser, muchacho, sí yo la vi en la trompa de la camioneta.
-
Don Nicolás, revisemos por detrás, a lo mejor quedó más allaíta.
Caminaron
varios metros hacia atrás, volvieron a la camioneta, revisaron todo muy bien,
no había rastro de sangre ni de nada, una chupa-hueso pasa sobre sus cabezas y
pega su chillío, perdiéndose en la oscuridad de la noche, un escalofrío se fue
apoderando del cuerpo de aquellos hombres erizándoles la piel.
-
María, será mejor que nos vallamos, aquí pasa algo muy raro, en el camino le
cuento. Abordaron la camioneta y continuaron su camino.
Una
vez repuesto de la impresión Don Nicolás le dice a sus compañeros.
-
Miren muchacho lo que vimos esta noche fue una mala visión.
-
¿Cómo una mala visión papá?
-
Bueno, lo que vimos fue La Muerta de La Galera. Desde que yo andaba con mi
taita por estos caminos sé que sale una mujer por aquí, lo que pasa
que para ustedes los muchachos todo es embuste, pero miren los que nos pasó,
aquí mismito, horita nada más y a nosotros mismos ¡Hay que ver que esto no es
cuento¡
-
Don Nicolás pero ¿Quién sería esa muerta?
-
Decía mi taita, que en paz descanse, que esa era un alma pérdida y que vale la
pena que nadie la compadezca.
-
Papá, será ¿Qué tiene algunos reales enterrados? ¿O murió debiendo promesa?.
-
¡Nooooooooo, mija! Es que esa muerta cometió un crimen muy feo que en el mundo
no se acepta. Sin nadita de compasión, mató a su padre y a sus tres hijitos de
un solo tiro de escopeta, los puso en fila, como si fuesen a salir en orden y
les dio muerte con el arma volándoles la cabeza. Ahora, vea bien: no conforme
con eso bailaba como si fuera una fiesta, y cuando se dio cuenta que ya estaba
descubierta le metió candela al rancho y sólo sacó su maleta.
-
Y ¿Para donde se fue?, pregunta María.
-
Dicen los que la miraron que buscó rumbo hacía El Baúl, como si acaso ella
fuese una mujer desierta, bueno pues, tú sabes, sin alma y sin Santa
María. Pero fíjese, mija, que solo el que está allá arriba en el cielo es el
que firma con su propia letra. Entonces, el que la debe la paga
cuando menos se lo piensa. Por allá, hacia donde llaman “Los Bancos de
Paraima”, en ese terronal tan feo, ahí la encontraron muerta, picá
de una cascabel, en la canilla derecha, y de allí en
adelante quedó vagando esa muerta, por aquí por Las Galeras de El Pao
y no solo es esa desdichada, por toda esa sabana salen muchos espantos, por eso
es que a mí no me gusta andá de noche ni los lunes, porque la noche es de los
espíritus.
Así
de tertulia en tertulia les amaneció a los tres viajeros llegando a Valencia,
diciendo que desde ese día no viajarían más de noche y muchos menos
los lunes.
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