La plaza estaba protegida
por una alta reja de hierro, pintada de azul y sus agudas puntas, nos hacía
recordar las lanzas de los llaneros de Páez,
cuando en desfile escolar, íbamos a conmemorar, alguna fiesta patria,
ante el modesto busto del Libertador que centraba en la plaza. Estaba dividida,
por cuarteles que delimitaban otras tantas avenidas de cemento con muchas grietas
y que formaban una estrella, cuyo centro lo conformaba el busto con su
pedestal.
Era obligación de las familias más pudientes del pueblo en especial
de las que circundaban la plaza mantener cada una su cuartel; donde se
sembraban: rosales, conejas, te de hojas amarillas y verdes, jazmines y cotos.
Por las noches era necesario cerrar las rejas de las puertas para evitar que
los burros olas vacas que deambulaban por las solitarias calles se metieran
en la plaza y pudieran destrozar las plantas. Al Oeste una de las calles laterales, la
Casa de Gobierno, con sus altos ventanales
y su ancho portón de crujientes goznes, completaba la bucólica pincelada de la Plaza de las Rejas
de Hierro.
Tomado del libro Cronicas del Tinaquillo de ayer De Jose Ramon Lopez Gomez
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