Un pesquero se hace con mucha paciencia. En verano se
recorre el río. Cuando tenemos el sitio, se limpia de todo. Se sacan raíces y
bejucos. Apenas llega el invierno se comienza con la ceba. Si es de palometa se
hace con harina y maíz. Yo siempre he tenido mis dos o tres pesqueros.
Hace años tenía uno que nunca más he visitado. Ya van a
saber por qué. Fue un año bueno. Yo tenía mi pesquero y las palometas como que
tenían una devoción conmigo. Estuve una semana completa sacando palometas.
Todos los días sacaba más de 40 bichas. Un viernes en la tardecita estoy
afanaíto., sacando palometas y tirando pal barranco.
De repente siento una voz
ronca, nunca vista, venía como de bruces. ¡Epa compañaero! Como que le está
ajilando mucho. Sin mirar casi le respondí: Suerte que tiene uno.
El hombre
cargaba un sombrero negro, lo mire desde la troja del río. Una camisa pegada al
cuerpo, un rostro metido en la sombra de los árboles. Ahora recuerdo que como
que no tenía cara.
Ahí fue cuando me dijo: A Ud. no le parece que con el
pesca´o que tiene en el sol, allá en la casa, es suficiente. Cuando llega la
ribazón tenemos que aprovecharla. Le subí esas palabras por el barranco
pa`riba.. Se tomó el ala del sombrero con una mano y lo sentí que se marchaba.
Después nos vemos, dijo.
Ud. Sabe que Camoruco es un río amarillento. Cuando es de
invierno las orillas se llenan de gente pescando. Uno tiene que hacer trojas de
guafas para montarse y pescar; pero ese día no había nadie. Sólo ese hombre
misterioso que me reprendió. Ud. Sabe cosa triste, tirá el anzuelo y sentir
como se aplana lentamente en el fondo del río. La corriente se lo va llevando,
pero uno sabe que es la corriente y no un pescao.
Ese día las palometas no
dejaban tiempo e na. Eso era pa` fuera y pa` fuera. No sé cuántas había sacado,
cuando siento que el agua, debajo de la troja, se va poniendo clarita.
Me quedo
viendo la cosa, cuando de pronto el rostro alargado del hombre se apareció
entre los peces. Me barajusté, hacia la barranca. Pero la sorpresa me la llevé,
no jile, cuando veo hacia el centro del río. Iba el hombre despacito, medio
cuerpo en el agua y el otro en el aire. El hombre se me había convertido en
dos. El que me salió entre las patas de la troja y el que sin nadar se mantenía
serenito entre las aguas.
Informante: Epifanio Arroyo. Residenciado en Lagunitas.
Edad: 70 años. Fecha de la muestra 2 de febrero de 2002
http://letrasllaneras.blogspot.com/
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