lunes, 18 de enero de 2016

Los peces encantados de Lagunitas

Un pesquero se hace con mucha paciencia. En verano se recorre el río. Cuando tenemos el sitio, se limpia de todo. Se sacan raíces y bejucos. Apenas llega el invierno se comienza con la ceba. Si es de palometa se hace con harina y maíz. Yo siempre he tenido mis dos o tres pesqueros.

Hace años tenía uno que nunca más he visitado. Ya van a saber por qué. Fue un año bueno. Yo tenía mi pesquero y las palometas como que tenían una devoción conmigo. Estuve una semana completa sacando palometas. Todos los días sacaba más de 40 bichas. Un viernes en la tardecita estoy afanaíto., sacando palometas y tirando pal barranco. 

De repente siento una voz ronca, nunca vista, venía como de bruces. ¡Epa compañaero! Como que le está ajilando mucho. Sin mirar casi le respondí: Suerte que tiene uno. 

El hombre cargaba un sombrero negro, lo mire desde la troja del río. Una camisa pegada al cuerpo, un rostro metido en la sombra de los árboles. Ahora recuerdo que como que no tenía cara.


Ahí fue cuando me dijo: A Ud. no le parece que con el pesca´o que tiene en el sol, allá en la casa, es suficiente. Cuando llega la ribazón tenemos que aprovecharla. Le subí esas palabras por el barranco pa`riba.. Se tomó el ala del sombrero con una mano y lo sentí que se marchaba. Después nos vemos, dijo.

Ud. Sabe que Camoruco es un río amarillento. Cuando es de invierno las orillas se llenan de gente pescando. Uno tiene que hacer trojas de guafas para montarse y pescar; pero ese día no había nadie. Sólo ese hombre misterioso que me reprendió. Ud. Sabe cosa triste, tirá el anzuelo y sentir como se aplana lentamente en el fondo del río. La corriente se lo va llevando, pero uno sabe que es la corriente y no un pescao.

Ese día las palometas no dejaban tiempo e na. Eso era pa` fuera y pa` fuera. No sé cuántas había sacado, cuando siento que el agua, debajo de la troja, se va poniendo clarita.

Me quedo viendo la cosa, cuando de pronto el rostro alargado del hombre se apareció entre los peces. Me barajusté, hacia la barranca. Pero la sorpresa me la llevé, no jile, cuando veo hacia el centro del río. Iba el hombre despacito, medio cuerpo en el agua y el otro en el aire. El hombre se me había convertido en dos. El que me salió entre las patas de la troja y el que sin nadar se mantenía serenito entre las aguas.

No supe más de mí. Tuve siete días en cama. La fiebre me quemaba el cuerpo. Me cuenta la mujer que pegaba unos berríos y que hablaba a cada rato con un hombre ensombrerao. Varias veces me agarraron en el patio y que detrás del viejo. Creo que me quería llevá Me salvó unas contras de palma bendita que guardo siempre en la marusa. Yo sabía que existe el amo del monte; pero que las aguas tuvieran dueño, no lo sabía; bueno hasta ese día que me enteré. Pa` mí que las palometas también tenían un encanto.


Informante: Epifanio Arroyo. Residenciado en Lagunitas. Edad: 70 años. Fecha de la muestra 2 de febrero de 2002

http://letrasllaneras.blogspot.com/

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