En
los Llanos de Cojedes hubo un pueblo llamado “Las Queseras del Pao”, allí
sucedió algo alucinante: Juan, un niño, a medida que crecía, se estaba
convirtiendo en imagen del Diablo. Por ser muy católico, al igual que los de su
hogar, hacía grandes esfuerzos por esconder su desgracia. Para Ana, su madre,
la vida ya era el infierno de la extrema pobreza, en un pueblo amenazado con la
ruina total. Le era casi imposible llevar el pan a la casa y hacer el rol de
padre, porque su marido, Alberto, la abandonó con esos hijos pequeños y ella se
negaba siquiera a recordarlo, aún siendo éste un hombre rico.
Las
pesadillas físicas de Juan penetraron sus sueños. Siempre se veía cargando una
llave con forma de guadaña bañada en sangre. Pese a la inclemencia del hambre,
su cuerpo poseía una silueta demoníaca y muy fornida…Un día, al despertar, la
casa se llenó de un fuerte olor de azufre, aquel olor lo incitaba a matar y
gritaba con voz fuerte y vacía: - ¡Yo soy y seré quien reine!
Su
madre instintivamente corrió hacia él. Le encontró cubierto por una oscura
pelambre. Dos cuernos coronaban su frente. Armada de valor le preguntó a Juan,
poseído por el Diablo:
–¿Quién
eres?
El
Diablo le respondió: –Soy quien se llevará unos de tus tesoros, tu hijo mayor.
Ana
le replica: –No te lo llevarás.
Entonces,
al instante, buscó una cruz de palma bendita que estaba en la puerta de su
casa. Al regresar pronuncia estas palabras:
¬
– ¡Fuera de mi casa! Tú, que fuiste expulsado del cielo, regresa a los abismos
del infierno.
Juan
con la voz del Diablo se burla de ella: Me voy; su hora no ha llegado.
De
este modo, Juan recuperó, en un parpadeo, su aspecto humano. Ana sorprendida le
cuestiona: ¡hijo mío! ¿Eres tú?
–Juan,
dice: sí, madre
–Su
mamá lo abrazó y le dijo:
–
¡Que Dios siempre esté contigo! Anda a descansar.
Ana
lo besó con ternura. Tomando un sorbo de café, se detuvo a pensar que lo
ocurrido era consecuencia de la codicia y ambición de su antiguo esposo. Juan
no conciliaba el sueño pensando en cómo afrontar todo lo que le acontecía.
Escogió la peor manera: se levantó de la cama y le dice a su madre:
–Te
tengo que decir algo: Ya no podré salir de casa, porque no soy un niño normal y
tú no lo sabes.
La
mamá le dice: Estás confundido hijo, seguro es broma, ¿verdad?
Juan,
sin una palabra que decir se fue a la habitación.
Dicho
esto, Ana quedó impresionada con lo que le dijo Juan. Ella se arregló, llena de
dudas, tomó a su hija, aún de brazos, y se dirigió hacia la iglesia. Allí le
imploró al sacerdote:
–
¡Ayúdeme!, perderé a mi hijo. Creo que el Diablo ha venido a buscarlo por un
arreglo hecho con el desvergonzado de su padre.
El
sacerdote le contesta: ¿Qué dices hija mía? Cálmate y siéntate conmigo.
Mientras
tanto, Juan estaba en su casa ajeno a comprender porqué el Diablo se anunciaba
en su cuerpo. Al colocarse frente a un espejo pareció desatar nuevamente la ira
del Diablo. Se vio nuevamente encarnando al maligno y comenzó a maldecirse a sí
mismo, a todo y a todos. Sus ofensas a Dios rompían la calma del pueblo de Las
Queseras del Pao.
Los
vecinos notaron que sucedía algo demasiado extraño en esa casa. Como Ana no
estaba, ni Juan les respondía con coherencia, recorrieron todos los callejones
del pueblo, hasta que encontraron a la también, muy desesperada Ana, junto al
sacerdote y le advirtieron de aquellos extraños sucesos en su casa; justo, a
esa hora.
En
el momento que llegaban los vecinos, el sacerdote ya casi doblegaba las
angustias de Ana. El arribo de los vecinos le dio un nuevo ímpetu, como de
serpiente molestada en su nido, que alteró por completo al oír de la nueva
transfiguración de Juan.
Apenas
llegaron a la casa de Ana, el sacerdote enfrentó al Diablo encarnado en el
pobre Juan. Sacando fuerzas de su miserable miedo, muestra un crucifijo para
luego invocar Al santísimo y retar Satanás:
–
¡Dios, tú que quitas todos los pecados del mundo, aparta este espectro del mal!
El
Diablo metido en el falleciente Juan le gritó:
–Tú
y tu jefe queriendo siempre enmendarlo todo. Ustedes, son nada para mí.
Juan,
de inmediato, recuperó la razón, pero aún estaba algo poseído por el espíritu
del mal. Ana llorando le dijo al sacerdote:
–
¡Lo ve, padre!, ¡estoy perdiendo a mi hijo!
El
sacerdote acostó a Juan en la cama y le preguntó a Ana:
–
¿Por qué esto le ocurre a tu hijo?
Ana
le responde:
–Sucedió
que cuando Juan nació, su papá, Alberto, le vendió el alma de nuestro hijo al
Diablo por tener mucho dinero. El Diablo se lo concedió todo. Yo me enteré de
esto demasiado tarde. Al marcharse, Alberto, me dijo que el demonio se llevaría
a Juan al pasar unos años.
Entonces,
el sacerdote le dice:
–Sé
que has sido fuerte, pero tienes que buscar a Alberto. Él es el único que puede
salvarlo.
Ana
asiente con la cabeza y a las primeras horas del día siguiente llega al enorme
hato donde vivía el padre de sus hijos. Ahí sólo encontró paredes destrozadas,
extensiones de tierra colmadas de monte y un indigente. Ana le preguntó al
indigente qué ocurría en ese lugar. Éste levantó la cara y enseguida, ella le
dice:
–
¿Eres tú Alberto?
–Sí,
soy yo, el miserable que vendió a nuestro hijo al Diablo y estoy pagando esa
infamia. Es que el Diablo me engañó, me otorgó muchas riquezas, pero hace poco
tiempo me dijo que se ha vencido mi plazo y que iba a llevarse el alma de Juan.
Uno de los peones, apenas lo vio, sacó un cruz de palma bendita y
estampándosela sobre la frente lo hizo huir, no sin antes jurar que se
vengaría. Después todo el hato se fue quedando en silencio. Al rato sobrevino
una gran oscuridad. Luego un ruido ensordecedor como mil trompetas resonando y,
finamente, un gran incendio que acabo con todo. Ni siquiera he vuelto a saber
de mis peones. Por eso supe que tú vendrías a buscarme.
Ana
le dijo: –Eso ya no importa. Vamos a mi casa a salvar a nuestro hijo.
Alberto
le respondió: –De acuerdo, es hora de enmendar mi error.
Al
cruzar la puerta de la humilde morada de Ana, ambos padres ven que en la mesa
del comedor se encuentra Juan en medio de cuatro velas encendidas. En ese
momento el sacerdote les dice:
–Es
hora de comenzar el ritual del exorcismo que manda la Santa Iglesia.
El
sacerdote les empezó a untar agua bendita. Juan abrió los ojos, perdió la razón
de sí mismo, y nuevamente se volvió agresivo como el Diablo y al mirar a Alberto
dice:
–Tú
miserable, me lo vendiste, ¿y ahora lo quieres?
Alberto
le dice: –Estoy arrepentido.
El
Diablo le contesta: –Ya no hay vuelta atrás.
El
sacerdote empezó a rezar y a implorarle a Dios por Juan con una oración como:
–Tú
señor, dale misericordia y apártalo del mal.
El
Diablo le respondió: –No me iré hasta cobrar lo que me pertenece.
Alberto
le propone: –Te doy mi alma y te la cambio por la de mi hijo.
El
Diablo replica: – ¿Estás seguro?
Alberto
le respondió afirmativamente. El Diablo le arrebata el alma y le dijo: –Tu alma
es mía, Ja, Ja, Ja.
Elevándose,
sale del cuerpo de Juan y también, le quita el alma al pequeño niño causándole
la muerte, al igual que a Alberto. Con voz burlona repitió tres veces:
–Pobres
de aquellos que quieran adquirir riquezas a través de mí, porque yo soy el mal.
Por ello, nunca cumplo mis promesas y, de igual manera, tomaré el alma de Juan.
Y
así, el Diablo desaparece en una espesa oscuridad. Por otra parte, la mamá de
Juan desconsolada y triste se lamenta porque había perdido a su hijo y no le
quedó de otra que resignarse a recordarlo.
Nota: Todos los co-autores
son egresados de Castellano y Literatura en la UNELLEZ-San
Carlos: Nohelis Díaz, nació en Tinaquillo, el 20 de diciembre de
1984, reside en Valencia, estado Carabobo. Luis Hernández, nació en
Valencia, estado Carabobo, el 22 de enero de 1981, reside en Tocuyito, estado
Carabobo. Dalbelis Figueredo, nació en San Carlos, el 14 de abril de
1988, reside en San Carlos. Ellos recibieron la asistencia literaria oral de la
escritora sancarleña: Yonneiris Rodríguez, nacida el 25 de octubre de
1972.
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