Nicolás Peña era un
hombre sencillo pero misterioso, de hablar lento pero cantadito. Parecía un
gato al caminar. Sus alpargatas siempre estaban limpias de polvo en el verano y
de barro en el invierno. Muy educado, cortés y humanitario; pero introvertido,
modesto y tímido. Los muchachos se divertían acercándosele y saludándolo con
zalamerías, y éste se ponía más rojo que un tomate maduro y se volvía torpe en
la actividad que estuviese realizando. Prudente, cuidadoso en sus opiniones y
trato, pero firme en sus decisiones.
No parecía capaz de violentarse, pero
alguien me contó que una vez se enfrentó a un hombre que lo atacó. Ni un
relámpago fue jamás tan rápido. Esquivó la cuchillada moviendo apenas la
cintura y su mano zurda, porque era zurdo. Ni se vio en el aire. Tremendo palo
en la nuca. El hombre ni se quejó, cayó cuan largo era y sin sentido.
Y la
zurda, tranquila con el garrote hacia el suelo. Nunca se vio en la iglesia; sin
embargo cargaba en su pecho un escapulario y varias reliquias y tenía fama de conocer
oraciones y décimas de santos. No era yerbatero, pero conocía las hierbas. Si
lo buscaban con discreción y sencillez, trataba desde una simple gripe hasta
una picada de cascabel. Atendía el parto de una yegua y podía curar de una
gusanera a distancia. Conseguía un objeto perdido o curaba un mal echado.
Vivía solo. Su casa
estaba ubicada fuera de la población, con un solar sembrado de topochos, yucas
y otros vegetales, y un patio lleno de gallinas que era la envidia de sus
lejanos vecinos. Se dedicaba a la fabricación de aperos para burros; los
mejores aperos en cien leguas a la redonda. Sus bienhechurías estaban en
terrenos de Don José Pérez, rico terrateniente caprichoso y autoritario, a
quien se le metió en la cabeza que Nico, como popularmente llamaban a Nicolás,
era brujo y debía desocupar su terreno.
Don José presionaba
cada vez más a Nico para que se fuera de sus tierras.
.- ¡Desocupe Nico,
desocupe o le va a pesar!.-
Y Nico contestaba: -.
¡Échese una aguantadita Don José, mientras consigo donde hacer otro rancho!.-.
Una noche trataron de
quemarle el rancho a Nico, pero éste de sueño sumamente ligero, lo advirtió a
tiempo para impedirlo y logró herir a cuatro de los incendiarios. Esto motivó
la denuncia de Don José y el encarcelamiento de Nico..... y comenzó la leyenda.
La gallera estaba
hasta el tope. Se oía:
.-¡Doy doce al giro!.
.-¡A la mitad pago al
gallino!.
Teodoro, que era uno
de los apostadores, volteó hacia la derecha y se sorprendió de ver a Nicolás.
.- Caray Don Nico al
fin lo soltaron.-
.- Así es Teodoro,
ahora soy libre como el viento, como siempre he sido.-
De esta manera
respondió Nicolás y todos lo vieron en la gallera; pero todavía estaba preso.
Pasaron los días y a Nico lo vieron en todas partes, en la bodega comprando
chimó, en la plaza, en su solar limpiando los topochos.... pero igual se
comentaba:
.-¡Está preso en su
calabozo, detrás de las rejas!.
Un día, Nico le dijo
al cabo de guardia:
.-Mira Carmelo, ya yo
estoy cansado de estas rejas. Yo como que me voy. Notifíquele a Don José que su
hija menor está por enfermarse de gravedad, que si me necesita que me busque,
que yo no soy “rencorista”.-
.-¡Se escapó Nico!
La noticia se corrió
como reguero de pólvora. Se organizaron varias comisiones para salir en su
búsqueda. El domingo estaba en la gallera, pero cuando la comisión llegó ya
Nico se había marchado. Nicasio comentó que lo había visto limpiando el conuco,
lo cercaron, invadieron la parcela, pero de Nico ni el polvo. Alguien de los
invasores comentó:
-Esta mata de topocho
como que no estaba aquí la semana pasada. ¡Que vaina tan rara!.
Otra comisión lo
encontró en el callejón sin salida de limoncito, pero cuando llegaron al final,
sólo consiguieron ver a un enorme cochino dormido en el alero de la casa de
Carlina Flores.
Y pasaron los
meses..... La hija menor de don José, Valentina, agarró un tremendo “Pasmo” al
serenarse después de tostar café. Se agravó y así estuvo varios días entre la
vida y la muerte. Algunos vecinos dijeron que habían visto a Nico dirigirse
hacia la casa de don José. Pocos días después aparecía Valentina en el pueblo,
sonriente y con un buen semblante.
Ya nadie perseguía a
Nicolás Peña. Todos los domingos iba a la gallera. Allí se encontraba con don
José Pérez y se saludaban cordialmente.
.-¿Cómo está don Nico?.-
.-¡Muy bien don José,
Dios le dé larga vida a usted y a su familia!
Nota: estas leyendas fueron
transcritas de Huellas de Tinaquillo, libro del desaparecido
maestro Félix Monsalve, editado por El perro y la rana en Caracas (2006).
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