viernes, 27 de febrero de 2015

Memorias De Nuestros Pueblos El Escapista

Nicolás Peña era un hombre sencillo pero misterioso, de hablar lento pero cantadito. Parecía un gato al caminar. Sus alpargatas siempre estaban limpias de polvo en el verano y de barro en el invierno. Muy educado, cortés y humanitario; pero introvertido, modesto y tímido. Los muchachos se divertían acercándosele y saludándolo con zalamerías, y éste se ponía más rojo que un tomate maduro y se volvía torpe en la actividad que estuviese realizando. Prudente, cuidadoso en sus opiniones y trato, pero firme en sus decisiones.

No parecía capaz de violentarse, pero alguien me contó que una vez se enfrentó a un hombre que lo atacó. Ni un relámpago fue jamás tan rápido. Esquivó la cuchillada moviendo apenas la cintura y su mano zurda, porque era zurdo. Ni se vio en el aire. Tremendo palo en la nuca. El hombre ni se quejó, cayó cuan largo era y sin sentido.


Y la zurda, tranquila con el garrote hacia el suelo. Nunca se vio en la iglesia; sin embargo cargaba en su pecho un escapulario y varias reliquias y tenía fama de conocer oraciones y décimas de santos. No era yerbatero, pero conocía las hierbas. Si lo buscaban con discreción y sencillez, trataba desde una simple gripe hasta una picada de cascabel. Atendía el parto de una yegua y podía curar de una gusanera a distancia. Conseguía un objeto perdido o curaba un mal echado. 

Vivía solo. Su casa estaba ubicada fuera de la población, con un solar sembrado de topochos, yucas y otros vegetales, y un patio lleno de gallinas que era la envidia de sus lejanos vecinos. Se dedicaba a la fabricación de aperos para burros; los mejores aperos en cien leguas a la redonda. Sus bienhechurías estaban en terrenos de Don José Pérez, rico terrateniente caprichoso y autoritario, a quien se le metió en la cabeza que Nico, como popularmente llamaban a Nicolás, era brujo y debía desocupar su terreno.
Don José presionaba cada vez más a Nico para que se fuera de sus tierras.

.- ¡Desocupe Nico, desocupe o le va a pesar!.-
Y Nico contestaba: -. ¡Échese una aguantadita Don José, mientras consigo donde hacer otro rancho!.-.
Una noche trataron de quemarle el rancho a Nico, pero éste de sueño sumamente ligero, lo advirtió a tiempo para impedirlo y logró herir a cuatro de los incendiarios. Esto motivó la denuncia de Don José y el encarcelamiento de Nico..... y comenzó la leyenda.
La gallera estaba hasta el tope. Se oía:
.-¡Doy doce al giro!.
.-¡A la mitad pago al gallino!.
Teodoro, que era uno de los apostadores, volteó hacia la derecha y se sorprendió de ver a Nicolás.
.- Caray Don Nico al fin lo soltaron.-
.- Así es Teodoro, ahora soy libre como el viento, como siempre he sido.-
De esta manera respondió Nicolás y todos lo vieron en la gallera; pero todavía estaba preso. Pasaron los días y a Nico lo vieron en todas partes, en la bodega comprando chimó, en la plaza, en su solar limpiando los topochos.... pero igual se comentaba:
.-¡Está preso en su calabozo, detrás de las rejas!.
Un día, Nico le dijo al cabo de guardia:
.-Mira Carmelo, ya yo estoy cansado de estas rejas. Yo como que me voy. Notifíquele a Don José que su hija menor está por enfermarse de gravedad, que si me necesita que me busque, que yo no soy “rencorista”.-
.-¡Se escapó Nico!
La noticia se corrió como reguero de pólvora. Se organizaron varias comisiones para salir en su búsqueda. El domingo estaba en la gallera, pero cuando la comisión llegó ya Nico se había marchado. Nicasio comentó que lo había visto limpiando el conuco, lo cercaron, invadieron la parcela, pero de Nico ni el polvo. Alguien de los invasores comentó:
-Esta mata de topocho como que no estaba aquí la semana pasada. ¡Que vaina tan rara!.
Otra comisión lo encontró en el callejón sin salida de limoncito, pero cuando llegaron al final, sólo consiguieron ver a un enorme cochino dormido en el alero de la casa de Carlina Flores.

Y pasaron los meses..... La hija menor de don José, Valentina, agarró un tremendo “Pasmo” al serenarse después de tostar café. Se agravó y así estuvo varios días entre la vida y la muerte. Algunos vecinos dijeron que habían visto a Nico dirigirse hacia la casa de don José. Pocos días después aparecía Valentina en el pueblo, sonriente y con un buen semblante.

Ya nadie perseguía a Nicolás Peña. Todos los domingos iba a la gallera. Allí se encontraba con don José Pérez y se saludaban cordialmente.
.-¿Cómo está don Nico?.-
.-¡Muy bien don José, Dios le dé larga vida a usted y a su familia!


Nota: estas leyendas fueron transcritas de Huellas de Tinaquillo, libro del desaparecido maestro Félix Monsalve, editado por El perro y la rana en Caracas (2006).

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