viernes, 6 de febrero de 2015

Memorias De Nuestros Pueblos: La Luz De Santoyero

De Lagunitas a Santoyero es un brinquito. Pero de noche se hace más largo el trayecto. Es como si ambos pueblos caminaran hacia lugares diferentes. No sé si es que se alejan, tal vez sea la noche la que se mete entre los dos. Lo cierto es que es más lejos de noche que de día. Si me preguntan por qué será esto, yo diría que uno de noche camina como con miedo y cuando hay sol, es otro gallo el que canta. ¿Miedo? Sí, hermano, miedo.

 Recuerdo que una noche, tal vez usted no me crea; pero salimos en bicicleta de Lagunitas pa Mata de Agua y el camino se nos perdió más de una vez. Estábanos en la bodega de Casimiro Ramos, compramos los corotos; pero se nos hizo de noche. Don Cachimbo, nos decía: es mejor que se vayan mañana. Miren que en mayo –carajo- el barro tapa el camino y las bicicletas se ponen como pesá. Carlos en silencio, amarró las cosas en la parrilla y nos fuimos.


La linterna hizo un tajo en la oscuridad de la noche. Las lámparas de Cantarrana se mecían en los cuartos de las casas. Yo tenía miedo. Con nueve años se tiene miedo. Ninguno de los dos hablaba. Carlos le daba al pedal sin descansar.

 Yo en el cuadro de la bicicleta pensaba en los cuentos de la bola de fuego, el lobo, el hombre que decía caigo o no caigo y en el aparato que salía en la Cruz del Samán. Eso queda entre Callejón, Cantarrana, Santoyero y Mata de Agua. Cuando estábanos cerca del samán se nos apagó la linterna. Una brisa fría se fue metiendo por las alpargatas. Fue cuando Carlos dijo: en el samán está la bola de fuego. Era redonda, gigantesca, crecía en la medida que avanzábanos. No mires, no mires, me decía Carlos. Creo que metí los ojos en los rines de la bicicleta.

Con el miedo entre las manos y la voz, llegamos al patio de la casa. ¿Qué pasó? Le dije a Carlos. El hombre no atinaba a decir palabras. Mi madre lo sentó en una silla. Estaba frío. Pálido. ¿La luz? Dijo mi madre. Sí. Dije arreglando los corotos. Veníanos tranquilos, atinó a balbucear Carlos, cuando siento, más o menos en el caño e Juanlibre, que la bicicleta se puso pesada. Se montó un espanto en la parrilla, pensé. No ilata la luz. No podíamos detenernos. No mires pa´trás, me recomendé a mí mismo y le metí pedal hasta ´orita. Carlos cerró la puerta, guardamos todo, tomamos agua y nos acostamos.

 Pero una luz, como de lámpara, se quedó dando vueltas por las rendijas de la casa.
Sé que mucha gente no cree en estas cosas; pero esa luz de Lagunitas ha asustado a más de uno. Y uno todavía sigue andando por ahí por Santoyero, como si nada. A veces pensamos que es hasta necesaria. Muchas veces nos amparamos en ella para pasar noches enteras sin salir de las casas, entonces nos quedamos quieticos como muertos.

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