En Garabato, caserío de gran auge agrícola y ganadero, cerca
del El Baúl de Cojedes, estuvo a muy poco de convertirse en otro de los tantos
pueblos fantasmas del Llano. Allí se conoce una historia de una familia
adinerada, en donde nació y creció Victoria, la menor de tres hermanas que
dejaron sus padres al morir de una extraña enfermedad llamada “La Fiebre”,
siendo su abuelo materno quien se encargó de ellas desde muy pequeñas y del
hato San Miguel, allí mismo donde a ella le enterraron el ombligo y quizás
sería por eso que jamás llegó a abandonarlo, y ya convertida en una mujer debió
administrarlo tras la muerte de su querido abuelo, ya que sus dos hermanas
mayores Clara Rosa y Ernestina, estudiaban en el extranjero y jamás volvieron a
su lugar de nacimiento, de quienes Victoria sólo tenía noticias, por cartas que
algunas veces ellas les mandaban.
Victoria aprendió a leer en su casa con una maestra que
venía cada quince días para enseñarle porque su abuelo le pagaba y aprende a
escribir. Conocía de números, de historia, de religión y gramática; razón por
la cual, ella era muy inteligente, respetuosa, de moral intachable, de carácter
serio, pero bondadosa y carismática con el caserío y con los familiares de los
peones, quienes la vieron crecer.
Victoria, fue de aquellas mujeres, que pilaba el maíz,
tostaba el café, y algunas veces ordeñaba las vacas para el queso que ella
misma hacía, tal como lo aprendió con su abuelo. Antes de cumplir la mayoría de
edad ya le decían doña Victoria, en el hato y en el caserío de Garabato y sus
alrededores.
Una tarde, de un mes de marzo, cuando Victoria regresaba de
la bodega de don Jacinto, allá en Garabato por el camino a su propiedad se
encuentra con Agustín, quien era encargado de la sabana de Victoria, en el
hato; hombre leal, sincero y responsable en su trabajo. Hombre de caballo y
soga, llanero de toro sólo en una noche sin luna, parando su caballo frente al
de Victoria, le dice:
–Caramba patroncita, la vine a buscá…
–Dígame Agustín -respondió Victoria-. ¿Qué le pasa, que lo
veo tan preocupado, Agustín? Le preguntó ella, y él le responde:
–Es que hoy temprano, cuando salí pa´ la sabana, llegando a
la majada del potrero, encontré dieciocho reses más que estaban muertas y con
éstas ya van como cuatrocientas. Sino llueve en unos días se morirán las
poquitas que quedan…
Victoria se aturde de impotencia y le dice a su encargado:
– ¡Yo no encuentro qué hacer con esta sequía tan recia!
–Yo a veces pienso, que no es tanto el verano, patroncita
–dice Agustín.
– ¿Qué quieres decirme, Agustín? Pregunta Victoria.
–Usté sabe patrona, que esos vecinos, la familia Ruidos, son
una gente mala porque queman nuestras cosechas, son asesinos y ladrones que lo
único que buscan es quedase con to´ lo suyo de usté, y en estos días uno de
ellos juró que iba a acabar con el pueblo y con usté también, patroncita.
– ¿Y de qué manera, Agustín? Le pregunta ella.
– ¿Es que a usté, patrona se le olvidó que el año pasao
envenenaron los caños? Respondió él.
–Se me había olvidado, Agustín, pero usted y yo lo vamos a
averiguar. Eso va a ser ésta misma noche.
– ¡Cómo no, patrona! Cuente conmigo.
Y efectivamente, se fueron al corral. Acomodaron los
caballos y sus linternas. Así partieron hacia las cabeceras del caño Juan
Antonio, tal y como lo había planificado Victoria. Llegando al sitio se
escuchaba bulla, risas y carcajadas de hombres como festejando algo, uno de
ellos dijo:
– ¡Esto es pa´ que respeten a los Ruidos!
Victoria, en voz baja le dijo a Agustín:
–Vamos a amarrar los caballos aquí y les llegamos a pie,
tráigase la escopeta y sígame…
–No, mi patrona, yo voy adelante. Le señala Agustín.
Fue poco lo que caminaron, cuando ya no escuchaban nada,
entonces, Agustín, dice: –Ya como que se fueron, patroncita.
–Yo creo, Agustín.
Ellos con sus linternas alumbraban y alumbraban hasta que
lograron ver unos potes de veneno para la agricultura. Victoria, con mucha
tristeza y lágrimas en sus ojos le dice a Agustín:
-Con razón se ha muerto tanta gente en el pueblo y tanto
ganado… pero hasta aquí llegan los Ruidos, ya basta. Recoja esos potes y
métalos en el saco que está en el anca de su caballo.
– ¿Y pa´ qué, patrona? –le pregunta él.
–Yo sé para qué, Agustín, yo sé para qué…
-Como usté diga, patrona. Le responde.
Al llegar al hato, Agustín se despide de ella:
– ¡Que tenga buenas noches, patroncita! Mañana tengo que
madrugá…
–Gracias, Agustín, hasta mañana…
Ella quedó acostada en su chinchorro pensando en la maldad y
crueldad de los Ruidos, quienes la habían llevado a la ruina a ella y a su
pueblo que tanto quería. Se paró, se fue al corral, amarró un caballo y lo
ensilló, tomó la escopeta con varias cápsulas y cogió rumbo a la casa de la
familia Ruidos.
Al llegar Victoria allí, cierra sus ojos como para
reafirmarse en su decisión y al abrirlos se convierte en una muchacha
enloquecida, quizás por la enorme pobreza y la sequía que azotaba al pueblo,
entra a la casa y mata a toda la familia, de pronto, todos los males comienzan
a desaparecer ¿Qué le ocurrió después? ¿Qué hicieron con esa joven?
Ella fue recluida en un sanatorio después de esa tragedia
durante cuatro años. El pueblo volvió a cosechar felizmente sus cultivos y con
parte de ese dinero la ayudaban en su tratamiento, pero una mañana del mes de
agosto al recordar lo que había hecho decidió cortarse las venas con un bisturí
que encontró oculto en uno de los pasillos del sanatorio y murió desangrada en su
habitación, lo que fue como un presagio del triste final de aquel poblado.
Sus hermanas al enterarse que Victoria había muerto,
vinieron al hato San Miguel y lo vendieron con lo poco que quedaba en aquella
marchita hacienda, dejando al pobre Agustín sin trabajo y desamparado, aturdido
con los recuerdos del miedo y de su patrona.
Nota: Las autoras de este relato son egresadas de la
UNELLEZ-San Carlos: Mary Cruz Anzola Ruíz, residente de
Tinaquillo, ciudad donde nace, el 06 de junio de 1980. Jaennys Yoselin
Bervecía Peña, reside en Tinaco, ciudad donde nace, el 26 de febrero
de 1988. Mariela Yainel Romero Hernández, nació en San Carlos,
estado Cojedes, el 06 de mayo de 1988 y reside en Tinaco. Lida Fanny
Saavedra Matute, nació en Valencia, estado Carabobo, el 20 de enero de
1981, residenciada en Tinaco. Informante literario oral: Nelson Felipe
Romero Ceballo, nacido en San Luís, estado Guárico, el 5 de febrero de 1959
y residenciado en Tinaco, docente, actualmente jubilado.
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