Cuando se moría alguien, que no disponía de recursos suficientes para un
entierro “decente”, era llevado en la “vaya y vuelva” hasta su última morada.
Era un sórdido cajón de madera, hecho de retazos de tablas de embalaje sin
forrar, donde podíamos leer letreros “Kerosene El Capitán”, “Velas de Esperma
El Carmen”, iba montado en un par de andas, la cual llevaban los enterradores
municipales y adonde se colocaba al infeliz difunto.
Llegado al hoyo
seleccionado previamente, se volteaba al artefacto y se hacía dar al cadáver
con sus huesos, en el fondo duro y pedregoso de lo que iba a ser su último
destino. Terminada la macabra procesión, “la vaya y vuelva” era colocada
nuevamente en un rincón de la humilde capilla del cementerio, en espera de otra
carga similar.
Cuando visitábamos el
cementerio, para llevar flores y recordar a nuestros muertos, veíamos con
horror aquel cajón, utilizado en tan tristes menesteres y se nos antojaban
entones aquellos versos de Bécquer:
“Tan medroso
y triste
Tan oscuro y yerto
Todo se encontraba…”
Fuente: Crónicas del Tinaquillo De Ayer De José Ramón
López Gómez
No hay comentarios:
Publicar un comentario