EL CARRO
DE LOS PERDOMO
Según el
relato de mi padre, el Sr. Domingo Muñoz, se trataba de tres
hermanos que habitaron en la población de Manrique, y eran la autoridad en el
pueblo, ya que uno era el prefecto, el otro el secretario y el último el
policía. Eran conocidos por los pobladores de la zona como personas de mala
reputación, ya que a estos si les gustaba cualquier animal, vamos a suponer
un cochino, un maute, unos pavos, etc., o
alguna bella mujer, lo conseguían utilizando la investidura de
autoridad en el pueblo. Le decían al dueño del animal que se los vendiera, si
este no estaba dispuesto a hacer el negocio, enviaban al policía a arrestar a
esa persona hasta que hiciera el negocio, estos alegaban que no se le podía
negar nada a la autoridad, lo mismo hacían con el padre de cualquier joven
muchacha que se negara a complacerlos.
Sin recordar
fecha exacta, pero entre los años 1940-45, los hermanos Perdomo tenían el
primer vehículo que llego a Manrique, un Mercedes Benz, y tuvieron un accidente
en la subida de La Hondonada, conocida en la actualidad como la pared,
donde murieron los tres.
De allí en
adelante, todos los jueves santos, a las doce de la noche, muchos pobladores de
la zona, incluyendo a mi padre y un tío de mi madre, Sr. Antonio Méndez, han
pasado su susto. Uno de esos jueves santos, iban por la carretera, camino hacia
Quebrada Abajo, cuando iban en las bestias pasando por los zanjones de La
Hondonada, sintieron la presencia del carro de los Perdomo, incluso vieron las
luces del vehículo durante todo el trayecto y nunca el carro los adelanto, ni
vieron cuando desapareció.
También el
Sr. Domingo López le relato a mi padre que él, un jueves santo vio el carro de
los Perdomo, lo único que podía verse era la forma de un carro destrozado y no
se veía quien lo conducía.
EL MUERTO
DEL MERECURE
Se trata
de un espanto que aparecía en el lugar denominado La Vuelta Isadera,
nombre este que recibía el sitio por ser en la entrada del fundo del Sr. Isaac
Rodríguez, a pocos Km. de la UNELLEZ- San Carlos.
Cuentan
quienes conocieron al Sr. Isaac Rodríguez, ya fallecido, que era un hombre que
tenía rebaños de ganado en varias localidades del estado Cojedes, además,
cuentan que sacó de pena a cuatro muertos al encontrar los entierros, pero este
era tan tacaño, que cuando iba para San Carlos se colgaba las alpargatas
amarradas en la cintura y se las colocaba en los pies al llegar al pueblo, y lo
mismo hacia de regreso a su casa, o si estaba recogiendo los rebaños, salía de
la casa únicamente con el guarapo y si lo atacaba el hambre comía concha de
chaparro.
Según
relata mi padre, Domingo Muñoz, un día que se encontraban en una de las faenas
de la agricultura de la época, como es limpiar el conuco, comenzó a caer un
fiero aguacero, y los hombres se refugiaron del agua bajo un árbol
copioso, fue cuando uno de los trabajadores comenzó a contar que tenía varias
noches que un muerto no lo dejaba dormir, si se arropaba, el muerto le quitaba
las sabanas, si se acostaba en la hamaca, comenzaba a mecerlo, si se sentaba en
el patio de la casa, escuchaba que tumbaban los corotos de la cocina, le
apagaban la lámpara, y ya no sabía qué hacer, fue cuando don Isaac
le dijo que no fuera tonto, que le hablara a ese muerto, que lo que quería era
entregarle algún dinero enterrado para que lo sacara de pena y este le
respondió que el no se atrevía a hablar con muertos, que por que no le hablaba
él y sacaba ese entierro, pero don Isaac le replicó:
–No, mijo,
para que voy a sacar ese entierro, que voy a hacer con más plata, si ya he
sacado de pena a cuatro, el quinto no lo quise sacar y le dije que le diera
esos reales a otro que los necesitara.
Siguiendo
con el relato de El Muerto del Merecure, en ese sitio salía un hombre en
cualquier época del año, el cual se encontraba en pena. Allí existía un ojo de
agua pura, fresca y cristalina al pie de un árbol de merecure, el cual nunca se
secaba y mantenía el árbol frondoso, donde los viajeros saciaban su sed cuando
transitaban por ese camino, cuando iban de Manrique a San Carlos o al
contrario.
Cuentan
los moradores de la zona que en ese sitio siempre veía una luz de color amarillo
que aparecía todas las noches y, según las costumbres de los viejos del campo,
esto significaba que había dinero enterrado y hubo un hombre del
cual quienes me han hecho el relato desconocen su identidad fue quien sacó el
entierro, logrando terminar con la pena que estaba pagando aquel hombre.
El
misterio más grande de este relato es que después que sacaron el
entierro, se secó el ojo de agua, también el árbol de merecure y de
ahí en adelante más nunca se volvió a ver el Muerto del Merecure, ni aquella
luz amarillenta que anunciaba la existencia de un entierro de morocotas en esa
zona.
EL MUERTO
DEL MOLINO
Aunque
muchos aseguran que con la llegada a los campos, de la luz eléctrica y otros
medios de diversión, como la radio y televisión han desaparecido los espantos y
aparecidos de las regiones llaneras, me atrevo a asegurar que no es cierto,
pues tuve la oportunidad de sentir, aunque no lo vi, la presencia de algo que
en esa oportunidad para mí era fuera de lo común.
Vivía con
mis padres, desde los once años, en una casa construida de bahareque y cubierta
con friso de cemento, en una parcela situada en los terrenos de la
familia Blanco, que son mis abuelos maternos, en la comunidad de La
Palma, vía Manrique, teníamos aproximadamente trece años viviendo en esa zona,
hasta que un día mis padres decidieron comprar una casa y mudarnos a Mango
Redondo, también en la vía a Manrique.
Como
siempre me la pasaba pescando y cazando con mis amigos de La Palma, en los
tiempos libres cuando llegaba del liceo o en épocas de vacaciones, o
simplemente en las noches nos reuníamos a mascar chimó o tabaco en la casa de
alguno de ellos y comenzar a echar cuentos.
Todavía no
me acostumbraba a estar en mi nueva casa y me iba, todos los días en bicicleta
desde Mango Redondo hasta La Palma todos los días, ya que siempre era
una rutina estar juntos hasta altas horas de la noche, por lo cual mis padres
siempre me decían que era malo tener esas cebas, que cualquier día
me podía salir un espanto para asustarme, pero haciendo caso omiso, me iba
todas las noches al regresar del trabajo.
Un
miércoles antes de la Semana Santa del año 2000, me encontraba
jugando dominó y mascando chimó, después de tomar café, como todas
las noches en la casa del Sr. Esteban León, cuando me di cuenta ya eran cerca
de las doce de la noche y como no estaba ninguno de mis amigos de
Mango Redondo, que a veces iban conmigo, decidí irme solo a mi casa.
Casi
siempre me tardaba entre quince a veinte minutos en llegar a mi casa, pero esa
noche, noche de luna clara, al pasar por el sitio del molino, lugar que queda
como a trescientos metros después de pasar el Club El Campestre, sentí
un peso inmenso en la bicicleta que tenía que hacer un gran esfuerzo para
lograr que la bicicleta avanzara, pensando que se me había espichado, me detuve
a ver si tenía algún desperfecto mecánico y me percate que no tenía nada.
En ningún
momento sentí temor alguno por lo que estaba pasando, ya que todas las noches
al emprender mi regreso a Mango Redondo me encomendaba a la Santísima
Virgen y me metía una mascada de chimó que nunca me falta en el bolsillo.
Lo que
también pude notar y me parecía aun más extraño, fue que comenzó a hacer una
fuerte brisa que me impedía pedalear lo que hizo que ese día tardara
cerca de cuarenta y cinco minutos en llegar a mi casa.
Faltando
escasos doscientos metros para llegar a mi casa, sentí que ya no tenía aquel
peso en mi bicicleta y dejó de hacer la fuerte brisa, al llegar a la casa le
conté lo sucedido a mis padres y éstos me dijeron que no me habían asombrado
porque siempre llevo conmigo una cajeta de chimó, que para los viejos de campo
es una contra para cualquier mal que pueda aparecerse en el camino y de la cual
soy muy creyente, y cuando salgo de mi casa mis padres me
encomiendan a todos los santos.
Recuerdo
que esa noche me acosté callaito. Pensaba en el peso, en el muerto del molino,
y me dije, jugaré dominó otra vez, ¿quién sabe cuándo?
NOTA: Carlos A. Muñoz L. quien nace en San Carlos, el 20 de diciembre de
1974. Es obrero de la UNELLEZ-San Carlos. Ejecutante del cuatro y la
bandola. Maestro de música. Desde hace más de una década se desempeña como
director del conjunto de música llanera Los Hijos de Zamora y
del Festival de la Voz Universitaria. Sus colaboraciones
literarias han sido incluidas en los textos: "Relatos de la
Otredad. Antología de la Narrativa Fantasmal Cojedeña (2004); El Llano en
Voces. Antología de la Narrativa Fantasmal Cojedeña y de Otras Soledades (2005
y 2007): Estudio Poético y Cancionero de La Flor de Cojedes (Cancionero y CD,
2007) y Antología de la Décima Popular en el Estado Cojedes (2007).
Como investigador
literario obtuvo el Premio Gilberto Antolinez de Ensayo, en su primera edición
(2009) otorgado por el Ministerio del Poder Popular para la Educación Superior
y la Universidad Nacional del Yaracuy.
Estos cuentos del
camino recogen sus versiones sobre varias historias de Mango
Redondo, zona rural de Cojedes, encajada a medio camino entre San Carlos y
Manrique, con especial énfasis en los relatos contados por su padre, el
maestro de tradiciones de la religiosidad popular Domingo Antonio Muñoz,
nacido en la zona agrícola de Tierra Caliente, Cojedes, el 4 de agosto
de 1931.
http://letrasllaneras.blogspot.com/
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