viernes, 31 de octubre de 2014

Memorias De Nuestros Pueblos: La Bola de Fuego.

El fantasma más antiguo y famoso de los campos de Venezuela y Colombia es la Bola de fuego ("la Luz"): una esfera luminosa que aparece de súbito y con la propiedad de crecer mientras se abalanza, a toda marcha, sobre cualquier persona o animal. Es común que quienes no la han visto la confundan con los llamados "fuegos fatuos", error en el que jamás incurre un campesino. 

Su aparición data desde  la sanguinaria expedición de: “el Tirano Lope de Aguirre” (entre 1557 y 1560), cuando asoló campos y ciudades de Venezuela hasta su muerte en la isla de Margarita. Su cuerpo fue descuartizado por las autoridades coloniales y, sus fragmentos, se colocaron en jaulas esféricas de hierro,  expuestos en las entradas de los poblados, como muestra de la severidad española. Algunos descontentos con tan “poco” castigo, tomaron sus restos enjaulados, los incendiaron en una cubierta redonda de paja, cueros, telas y aceite  y los paseaban a todo galope por los caminos y calles. Los pobladores de entonces sólo veían el rastro de fuego a toda velocidad y desde allí comenzó a regarse la fama infernal de la Bola de fuego. Sin embargo, hay quienes sostienen  que no se trataba de vengadores, sino de seguidores, que querían, así, indicar dos cosas: primero que se podía burlar a las autoridades coloniales y,  segundo: que el alma del Tirano seguía con vida como símbolo de lo infernal. Al respecto, cada quien sacará sus conclusiones.
Miles de cuentos, cantos y estampas teatrales circulan sobre tan terrible presencia. De ellas hemos recopilado algunas, a partir del afamado corrío que nos legara Arístides Rojas y lo culminamos con la célebre pieza de Nelson Morales “el Ruiseñor de Atamaica”.


Isaías Medina López.  


LA BOLA É FUEGO 
(Versión de Arístides Rojas)
En las sabanas de Apure
Cuando está la noche obscura
En forma de bola é fuego
Sale ardiendo una criatura.
Aquella es un alma en pena
Y su estado lastimoso,
Le causa mucha tristeza
Al corazón que es piadoso.
Ya se estira, ya se encoge;
Se hace larga y es redonda,
Y se mete en una mata
Y entra y sale muy oronda,
Es el alma de un tirano
Que nació cuando la guerra
Le quitó a los pobres indios
Sus mujeres y su tierra.
En castigo de sus culpas
Anda por esas sabanas
Con las costillas ardiendo
Y doblando una campana.
Persigue a los caminantes,
Vence a la espada al más diestro,
Pero huye del que le reza
Su salve y su padre nuestro.
Con la señal de la cruz
Se retira del camino,
Huye si uno la maldice
Y prosigue su destino.
Mucho sufre la alma en pena
Y aparece si es llamada,
En los viernes de cuaresma
Y un martes de madrugada.
El que muy cerca la mira,
De la bestia cae privado,
Y se le encarama en la anca
Si es un hombre condenado.
Dicen que mató su hija
Ese tirano maldito,
Y le dio candela a un pueblo
Y maldijo a Jesucristo.
Que no dejó descendencia
Pues de toda la familia,
Que era mucha en aquel tiempo,
No quedó ni la semilla.
Dejó un tesoro enterrado,
Nadie sabe dónde está,
El que le hable al alma en pena
El tesoro encontrará.
Que salga un hombre valiente
Esta noche a la sabana,
Que le hable a la bola é fuego
Y será rico mañana.

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