viernes, 30 de enero de 2015

Memorias De Nuestros Pueblos: “La Serpiente Que Hace Estremecer La Tierra”

Corría el año de 1943, para entonces yo contaba con siete años; mi padre yacía enfermo con la terrible enfermedad que terminaría con su vida. Esa tarde jugaba con mi hermano Rafael en el solar común de casi todas las viviendas de la manzana. Recuerdo que me cargaba, correteando sobre una carretilla, bajo un frondoso “Caujaro” que cobijaba nuestro juego. De repente el árbol pareció caerse batiendo sus ramas poderosamente; mi hermano muy asustado, se alejó corriendo hacia la casa dejándome solo y aterrorizado; había sentido por primera vez un temblor de tierra. Ese mismo día al salir a la calle y reunirme con los amigos del barrio notamos varias casas con las paredes agrietadas y a los adultos, alborotados haciendo diversos comentarios:


¡Tembló la tierra comadre Justina!
¡En Valencia se cayeron varias casas!.
La cochina de María Liberata parió un cochino con dos cabezas.
En la casa de los Cancines nació un pollo con cuatro patas.
Esta noche hay que dormir en la calle por sí vuelve a temblar.
Nosotros los más pequeños, oíamos asustados y comentábamos impresiones y experiencias:
En mi casa se movieron las paredes y el techo.
Yo estaba comiendo y de repente se movió la mesa y se cayó el plato con la comida.
¿Por qué se movería la tierra?
Nos escudaba Don Pascual, el viejito abuelo de los Bejaranos, que había nacido y vivido casi toda su vida en la Mesas de Vallecito, al pie de la Teta de Tinaquillo, nos llamó cariñosamente y nos dijo:

Eso es culpa de la culebra de “El Cerro” de las Tetas, allí tiene su cola en una pequeña laguna donde nació. Su cuerpo fue creciendo a través de las corrientes de agua que van por dentro de la tierra hasta llegar a la laguna de Valencia, donde tiene su cabeza; cada vez que su cuerpo se mueve estremece la tierra; por eso los temblores se sienten en esta región y en la zona de Valencia.

Las palabras de Don Pascual me dejaron muy asustado y la curiosidad me llevó derechito a la casa de Agapita, quien conocía muchas historias y era la mejor cuenta cuentos del barrio. Nunca he olvidado la hermosa historia que me contó…

En estas tierras donde no hoy está nuestro pueblo y en las extensas sabanas que lo rodean, donde se destaca como un guardián imponente “El Cerro Las Tetas”, habitaron antes de llegar los españoles, varias tribus indígenas Caribes. En una a esas rancherías vivía una india llamada “Namira”, una hermosa mujer que a pesar de tener muchos años se mantenía joven y lozana sin que nadie supiera el secreto de su perenne juventud. Era adorada y respetada por todos los miembros de la tribu, ya que la consideraban una diosa.

 Esta leyenda llegó a oídos de los blancos españoles, uno de ellos espiaba constantemente al pueblo indígena con la esperanza de conocer a la india de la eterna juventud. Una tarde sintió el leve caminar de una persona que se acercaba a las faldas de “La Teta de Tinaquillo”, donde se encontraba vigilando el movimiento de los indígenas. Se quedó extasiado mirando a la esbelta y bella india que silenciosamente escalaba hacia la cima; la siguió muy discretamente, y aunque la perdió de vista continuó subiendo hasta llegar a la cúspide, allí estaba la india sobre una piedra, mirando el bello paisaje de las laderas y las sabanas que se extendían hacia el naciente; el río “Mapuri”, llamado actualmente Tamanaco, parecía a la distancia un hilo de plata recorriendo la planicie de norte a sur; la brisa peinaba el pajonal y le traía el aroma del mastranto y el palotal floreado. Namira caminó luego hacia la laguna que se encontraba a pocos pasos, se desvistió y entró lentamente en las cristalinas y frías aguas bañándose distraídamente sin que nada la perturbara; cuando el blanco español se le acercó, no lo vio hasta que era demasiado tarde. La atacó y enloquecido quiso poseerla por la fuerza, pero la india era fuerte y ágil, le oponía feroz resistencia, la golpeó despiadadamente con una piedra en la cabeza, dejándola sin sentido. Creyéndola muerta la tiró a la laguna y para su asombro notó que la doncella se movía cadenciosamente y se iba alargando hasta convertirse en una serpiente que crecía cada vez más, despavorido huyó abandonando las alturas.

Al notar la ausencia de su india diosa todos los miembros de la tribu salieron en su búsqueda, pero no pudieron encontrarla. Sólo el anciano Tama, que desde joven amaba y servía a “Namira”, conocía la laguna encantada y de las visitas que ésta le hacía todos los meses en época de luna llena, para mantener su juventud, se dirigió en su búsqueda hacia el pico que dominaba la llanura y al acercarse al estanque, observó la serpiente y le pareció descubrir en su cabeza el rostro de su amada. “Tama”, presintió que habían atentado contra la vida de “Nimira”, ocasionando que las mágicas aguas produjeran su transformación. Por mucho tiempo estuvo visitando la laguna encantada, notando que la serpiente crecía cada vez más y hundía su cuerpo en la tierra en búsqueda de otra fuente mayor de agua.

Cada cierto tiempo la serpiente se estremece, sacudiendo la tierra, como castigo a los blancos que subyugaron su pueblo y ocasionaron en ella la transformación de humana a serpiente.


He sentido durante mi vida muchos temblores en Tinaquillo, mi pueblo natal, pero el ocurrido por los años setenta, y que estremeció fuertemente la tierra y produjo al mismo tiempo un ruido como mugido profundo, me hizo recordar la historia contada por Pascual y Agapita; la serpiente no solo se había movido sino también quejado por la eterna soledad a la que la habían condenado las bajas pasiones de los blancos.

En 1980 la curiosidad por comprobar si en “La Teta de Tinaquillo” existía alguna laguna me impulsó a unirme a una excursión de jóvenes que planificaban subir y pernoctar en el cerro. Fue una experiencia maravillosa, subimos al amanecer por la zona de Caño de Agua, cercana a las mesas de Vallecito, tal vez, según el relato de Agapita, por donde el español curioso vigilaba, en tiempos muy lejanos, las rancherías indígenas donde vivía Namira. A medida que ascendíamos por las laderas pobladas de ganado vacuno, la cuesta se hacía más inclinada y al mirar al este, hacía la población de Tinaquillo, los diferentes verdes del pastizal, el hilo de plata del río Tamanaco, protegido en su curso por frondosos árboles; la tenue llovizna que despertaba los olores silvestres del ambiente y la fresca brisa que refrescaba el intenso calor corporal estimulado por el esfuerzo al caminar, me transportaban a la época en que estos lugares eran habitados por los indígenas donde vivía Namira. La emoción ponía alas a mis pies siguiendo el rápido ritmo de marcha que imponían los jóvenes. Como a las diez de la mañana alcanzamos la cima y aunque el cansancio me impulsaba a relajarme y descansar, la curiosidad pudo más, estuve como una hora explorando los alrededores del pico. No observé ninguna laguna, pero si un pequeño estanque natural. Sin embargo, Luis Antonio, el baquiano que nos acompañaba, natural de Montañita, localidad cercana a este cerro, nos contó que en otros tiempos ese estanque formaba una laguna, y que sus aguas se habían ido deslizando a través de la montaña y que brotan en forma de rico manantial por la zona de las”Laderas”. Mis abuelos, nos decía Luis, contaban que en esa laguna había existido una serpiente. 

Esa noche después de mirar por largo rato las estrellas titilar en el cielo y las pequeñas luces de Tinaquillo y de otras localidades ubicadas abajo, en las colinas y sabanas que rodean al cerro, me refugié en mi carpa. El monótono canto de un ave nocturna y el cansancio contribuyeron a que me durmiera rápidamente, de repente me desperté y noté un silencio profundo que nos rodeaba, no se oía ni el canto de un grillo, ni se sentía la menor corriente de aire. Me levanté y caminé lentamente hasta el estanque de agua y sorprendido vi que éste se había hecho más grande, sentí un leve chapoteo y asombrado noté como de éste salía una hermosa doncella india desnuda, caminó un corto trecho, se sentó silenciosa en una piedra, de sus ojos se desprendían numerosas lágrimas. La luna en el cielo estaba plena y daba una tenue claridad al pico. De repente la india se paró, me miró de frente, me hizo una señal de despedida con la mano y se introdujo en la laguna; su cuerpo se fue alargando hasta convertirse en serpiente. Me metí en el agua tratando de no perderla de vista… Sentí que me llamaban. Cuando me di cuenta de la realidad me encontré al lado del pequeño estanque y extrañamente con la ropa mojada. La brisa soplaba fuertemente y el canto de los insectos alegraba la clara noche. 

Ahora despertaba realmente. Interrogué a mis compañeros de excursión. Nadie había notado nada sólo José el que me llamó, dice haber oído un extraño rumor que lo despertó y al notar que yo no estaba en la carpa salió en mi búsqueda encontrándome mojado al lado del pequeño ojo de agua. Por la mañana al descender del cerro me pareció ver en el pico una tenue silueta que lentamente desaparecía.

Nota: Estas dos narraciones fueron tomadas de "Huellas de Tinaquillo" del desaparecido maestro Félix Monsalve,  libro editado por El perro y la rana en Caracas (2006) 

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