En la oscuridad del lejano sendero ubicado en el sector Las Tucuraguas,
del caserío La Sierra, vivía un hombre mitad hombre y mitad bestia. Nadie sabe
sobre su nacimiento ni su descendencia, muy pocos lo vieron y sólo uno vivió
para contarlo.
Todos los habitantes de los alrededores, e
incluso hasta en Manrique y San Carlos, vivían aterrados por este horrible
monstruo y lo llamaban el Salvaje de La Sierra, se dice que fue criado por los
animales, que no compartió sus pensamientos con ninguna persona, que no hablaba
ningún lenguaje, apenas si dejaba escapar su boca tristes y penetrantes
aullidos, que montaba en báquiro gigantesco de tres pezuñas en cada pata que
hacía temblar la tierra en sus cabalgatas.
Trepaba los árboles como un mono,
comía la carne cruda igual a un tigre, tenía vista de águila y ojos rayados de
lechuza, su piel estaba cubierta de pelos, estas eran las características
físicas con las que todas las personas lo describían. Cuentan que las aves de
los montes y las casas cambiaban su alegre colorido a un tono fantasmal al
apenas sentir su presencia, quedándose en en el más absoluto y aterrador de los
silencios.
El Salvaje de La Sierra siempre estuvo alejado
de la sociedad. La sola mención de su nombre bastaba para que los curiosos se
alejaran de aquellos campos apartados. Hasta que con el tiempo los relatos
contados, sobre él, pasaron a ser leyenda.
Una mañana, el caserío de La Sierra fue
despertado por los gritos de alguien, comentó que había encontrado los restos
de una muchacha pura y casta que, el Salvaje, se había llevado un año atrás y
que luego de matarla, abandonó su cadáver en la pata de un gigantesco jabillo.
Los padres estaban aterrados, ya que pensaron que, una vez muerta su presa,
saldría a buscar a otra doncella. Un familiar entrado en llanto dijo que ese
ritual lo practicaba el Salvaje todos los inviernos y que llevaba muchas
jóvenes muertas.
El Salvaje tendría ya, para esa fecha casi
doscientos años o quizá más, eso también, se rumoraba, pero nunca envejecía.
Claro, él sacaba su juventud de la sangre de sus jóvenes víctimas campesinas,
muchachas hermosas y tiernas en plena flor de la vida.
Un viejo llamado Erasmo, dijo que su única
hija, Meche, fue raptada por el Salvaje, y que luego de haber escapado de su poder
ahora se encontraba muda, sin apetito, mientras que iba trascurriendo su
embarazo; ella tendría un hijo del Salvaje de La Sierra. Además, Erasmo, dejó
saber, que si este monstruo elegía una víctima sería inútil que tratara de
huir, porque el Salvaje siempre las encontraría con su legendaria habilidad
para esconderse y entrar casi como si fuera un celaje.
Muchos llaneros envalentonados de esos montes,
desde mucho tiempo atrás, intentaron seguirlo para rescatar a las jóvenes que
se iban perdiendo en aquellos campos, su primera idea fue perseguir al báquiro
gigante que decía era su cabalgadura. Dieron con varios de esos animales,
algunos causaban asombro por su tamaño, pero ninguno marcaba las tres pezuñas
al andar. Nunca encontraron su rastro y los que encontraban su rancho, cerca en
el filo de una barranca, no vivieron para contarlo, el Salvaje los mataba, los
cortaba en pedazos y les dejaba como alimento a las bestias, luego de tomarles
su valiosa sangre, colmada de la fuerza que da la rabia y la ira.
Seguramente, eso fue lo que le pasó a un
sobrino, José Gregorio, y a un ahijado de Erasmo, llamado Manuel, quienes ya
habían pretendido a Meche. Sí, seguro fue eso, y no como pensaban otros, que el
viejo Erasmo, sintiéndose humillado y sospechando que aquel embarazo tenía una
explicación distinta, les dio muerte, uno a uno, para vengar su honra. Claro,
segurito que fue el Salvaje quien asesinó a esos dos muchachos y no el afligido
Erasmo.
Sólo un hombre logró llegar a la guarida del
Salvaje y vivir para contarlo, don Pedro Jiménez, quien con suma gallardía
decidió ponerle fin a esta pesadilla, pero no pudo hacer esta gran obra ya que
era imposible matar al Salvaje, pues él desde lo lejos, como también, se
transformaba en pájaro lo divisó, y cuando Pedro llegó para matarlo, apenas
encontró un enorme dormidera que parecía un nido para un animal
desproporcionado y muy fuera de este mundo. Don Pedro, después de ver esta
escena se fue al caserío a contar de su hallazgo, sin que nadie quisiera
acompañarle para culminar su cacería.
Un año ocurrió una cosa extraña, el Salvaje
seleccionó como víctima a una joven hermosa, que estaba subiendo por el Brinco
del Diablo, luego de haberse refrescado en el paso de Los Chupones, cansada por
haber hecho la travesía ida y vuelta hasta Manrique, y comprar, para su padre,
un sombrero como regalo de navidad. El Salvaje se la llevó, igual que siempre
solía hacerlo, hasta su rancho del barranco, ella muy asustada y para evitar
que, el Salvaje, la matara le entregó el sombrero que tenía oculto en una
cobija. Lo curioso es que el Salvaje, quedó maravillado porque por primera vez
alguien había tenido un gesto bueno hacia él, se colocó aquel sombrero de
cogollo de blancura enceguecedora y después jamás se lo volvió a quitar.
El Salvaje se quedó viviendo con la joven y ya
nunca volvieron a sucederse los extraños asesinatos. La trataba muy bien y ella
también debió ser muy afectuosa con él, aprendieron a comunicarse y esta joven
rompió la racha de muertos. La tranquilidad volvió al pueblo, pero un día,
alejada de los cuidos necesarios, la joven, murió al estar pariendo. El Salvaje
volvió a ser un ermitaño y después falleció de tristeza, arrugado y triste,
como si en un instante hubiese cumplido los centenarios años que había eludido
gracias a la sangre de sus cautivas y sus perseguidores.
Fueron innumerable las muertes achacadas a
este ser terrorífico, pero todo cuento de horror tiene su final, y al parecer
cuando el Salvaje cambia su comportamiento la suerte maldita que lo acompañó lo
abandona y muere su amada y él también.
El Salvaje de La Sierra se convirtió en
leyenda hasta nuestros días, su sombrero fue avistado en Las Galeras del Pao,
nadie sabe cómo llegó hasta ese lugar. Sólo es una casualidad que, José
Quintero, el hijo de Meche y el Salvaje, se halla mudado para esa zona, y que
siempre cargara puesto un inconfundible sombrero blanco que refulgía hasta en
las noches más oscuras del Llano.
Ricos y pobres, hombres y mujeres, creen que
el sombrero de El Salvaje posee las “mañas” y habilidades de este personaje y
que quien se lo coloque se trasformará, en cuerpo y alma, en lo que este fue, a
medida que use el condenado sombrero.
También se dice que el lugar a donde llegue el
sombrero, de por sí, ya está maldito. Ahora en las cercanías de El Pao, se
encuentran muchos espantos que aterrorizan a los viajeros y los lugareños, y
que unas extrañas criaturas, engendros de hombre y bestia, un día van a devorar
a las gentes de ese bendito pueblo, pero esa es una historia que uno, no quiere
imaginarse siquiera.
Las co-autoras de esta obra son las mismas del cuento La Venganza del Ánima de Tucuragua, incluido en esta compilación, las sancarleñas: Carvelis Mariel Castillo Blanco (1988); Milagro María José Reina Herrera (1988); y Claudia Carolina Castro Parada (1989).
Las co-autoras de esta obra son las mismas del cuento La Venganza del Ánima de Tucuragua, incluido en esta compilación, las sancarleñas: Carvelis Mariel Castillo Blanco (1988); Milagro María José Reina Herrera (1988); y Claudia Carolina Castro Parada (1989).
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