En ese entonces, el ganado vacuno
era trasportado a pie desde hatos y potreros hasta el centro de consumo.
Venidas de lejanas tierras llanas, las puntas de ganado, avanzaban lentamente
por caminos y veredas durante a veces semanas. Teniendo en ocasiones que hacer
largas pausas en potreros y chiqueros para reponer las reses, de aquellas
largas travesías. El paso obligado del ganado, era la calle Carabobo,
convertida en parte del camino.
Los hombres de a caballo iban y
venían por entre los rebaños, cantando tonadas de arreo; y los cabrestero
hacían alto en las bocacalles, mientras las vacada avanzaba lentamente.
Algunas
veces, un novillo huraño extrañaba la
manada y corría en estampida por una calle lateral y entonces era digno ver a
los transeúntes , buscar presurosos el refugio de un alto ventanal o esconderse tras la puerta de alguna
vivienda o saltar alguna empalizada ;
las pulperías cerraban rápidamente sus puertas ante el peligro de verse
invadidos por un mañoso y fiero semental de aquellos y era todo un trajín de emocionante empeño ver la fiera correr por
el poblado, atrás el cabrestero, un hombre acaballo soga alto y las gentes que
corrían a guardarse.
Otras veces cuando la punta del ganado
llegaba frente a la trilla de café de
Míster White, situada en la calle Carabobo con Páez, muchas reses solían
espantarse, con el ruido de las máquinas
y volvían a repetirse las mismas escenas. Esto dio lugar, a que en aquellos años, el General
Manuel Ignacio Rodríguez donara a la municipalidad una faja de tierra que
discurra por el pie de cerro al otro lado del rio, faja de tierra que
pertenecía a sus posesiones y que luego fue utilizada con esos fines para evitar el tránsito de
animales por el pueblo. De todas formas, el paso de “una punta de ganado” era
motivo de especial regocijo y emoción para grandes y chicos
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