viernes, 12 de junio de 2015

Memorias De Nuestros Pueblos: La Muerta De La Chepera

– ¿Hace cuánto que vive aquí?
Preguntó el joven Luis Mendoza, que en ese momento realizaba una investigación y necesitaba las entrevistas para recolectar información de los mismos pobladores de las regiones adyacentes a la vía Las Vegas, en plena llanura cojedeña, acerca de su pasado histórico. La pregunta iba dirigida a una anciana que estaba sentada en una silla de mimbre, mientras preparaba sobre sus piernas una jalea de mangos; una larga tira de blancos cabellos le caía por la espalda enmarcando su morena cara arrugada como una pasa; su voz era como de ensueños y muy vaga, vivía sola desde hacía mucho tiempo.
Una alfombra amarilla de mangos cubría el patio y el techo del corredor en donde estaban sentados conversando; la anciana levantó la vista y miró al joven antes de responder:
–Hace más de cuarenta años.

Luís, la miró y anotó en su cuaderno la respuesta, mientras avanzaba hacia la siguiente pregunta:
– ¿No tiene alguna anécdota de cómo era esta región cuando usted llegó?
La anciana lo examinó de arriba abajo, mientras sus dedos pelaban los mangos cocinados que tenía en la olla, lentamente, casi como en sueño, volvió hacia el pasado, el joven que estaba frente a ella se desvaneció como un espejismo, los mangos caídos iban volviendo lentamente a las matas que altas como eran comenzaron a descender en estatura; su cabello fue decreciendo y cambiando de color hasta tornarse en un negro azabache, sus arrugas desaparecieron, el corredor continuó en el mismo sitio y la misma lata que soportara los mangos volvió a su estado original y pronto desapareció suplantada por un fresco techo de bahareque, las paredes de barro recobraron el color original de la cal mientras un montón de hormigas invadía la casa y la rodeaba, entonces, tan repentinamente como empezó, todo se detuvo como si un torbellino de luces y colores se hubiera apagado y la hubiera dejado en total oscuridad: Era de noche, el fogón dentro del corredor ardía y crepitaba ruidosamente mientras las hormigas la cercaban, sus hermanos se retorcían en el suelo al mismo tiempo un torrente rojo de bachacos les cercaban y se los comían, su madre en cambio, era transportada por el aire por las hormigas voladoras y los comejenes que se la llevaban al gran reino que poseían bajo la tierra, y le decía estas palabras:
– Huye, vete de aquí y no vuelvas nunca, o serás la comida de las arañas.
Ella la contempló mientras un muñón negro con pies y manos caminaba hacia su madre que flotaba suspendida por las hormigas,
–Mamá, mamá, ¿Puedo jugar con mi agüelo?- Había hablado aquella cosa negra cubierta de hormigas que pronto entendió era su hermano:
–Bueno, pero después lo entierras otra vez-
Contesto la voz de su madre, ella la seguía contemplando como en sueños, como si fuera una pesadilla, y sin poder pensar en más nada, emprendió la carrera fuera de la casa hacia la oscura noche perseguida por las hormigas, su madre la contempló mientras su cuerpo era transportado hasta un agujero que los bachacos cavaron frente a la casa, lentamente se hundió en ella mientras los bachacos transportaban a sus hijos mayores en miles de pedacitos rojos. Esto no lo contempló su hija que seguía corriendo entre el mangal sin mirar atrás, en dirección contraria a su casa y lo más lejos posible, no hubo estrellas ni luna, ni nada que iluminara el camino, pero ella lo sabía, lo sentía, y aún más: lo intuía, seguían tras ella, cazándola, miles de arañas que tejían sus redes para apresarla, y entonces lo vio, más lejos hacia el sur estaba el río y podía ver su salvación, entonces corrió hacia él y se sumergió en sus aguas, pero cuando estaba apunto de llegar al otro lado un pez cajaro salto fuera del agua y se la engulló de un solo bocado.

Abrió los ojos y para su sorpresa, todo brillaba en el interior del pez con una extraña luz que no era de color alguno que hubiera visto sobre la tierra; definir un color es imposible, pues la mejor manera es enseñándolo, era un color nuevo y completamente distinto a los demás que no se obtendría con ninguna mezcla, y brillaba todo con esa luz de aquel extraño color.

Ella se levantó y comenzó a caminar en el interior del pez; sus pasos no produjeron sonido alguno, mientras vagaba pronto encontró un sendero que descendía hasta el estómago, extraños letreros estaban pegados a las viscosas paredes escritos con indescifrables runas de alguna extraña lengua. Ella tomó el camino que descendía y descendía en una suave pendiente, a su alrededor aves muy raras volaban suavemente en el viciado aire, y tras echarle una mirada más detallada comprobó que eran llaves con alas de guacamaya, grandes llaves de plata y cobre que rondaban los alrededores, y al caminar escuchó unas voces y corrió hacia ellas, detrás de una ladera viscosa y negra se hallaban una mujer y un niño con un hombre que estaba acostado, pero a causa de la poca luz no distinguía nada,
–Mamá, mamá, ¿Por qué papá está tan pálido?
Escuchó que preguntaba el niño,
– ¡Cállate y sigue cavando!
Fue la cortante respuesta de la mujer, sin entender por qué esta escena no le producía ningún efecto.
Siguió su camino, hacia lo más profundo del pez, pronto una extraña vegetación fue apareciendo, vestigios de un prehistórico bosque se iba deslizando en el ambiente como si de llovizna se tratase, una multitud de cosas que vivían y crecían, se iba dejando ver, y entonces vio unas minúsculas arañas que se acercaron a ella y comenzaron a tejer en el suelo con su pegajosa seda un blanco vestido, pero ella las ignoró y continuó. Las arañas aún iban tras de ella, hasta que topó con una alta escalera que parecía conducir a los cielos mismos, construida con telaraña, era alta y parecía no tener fin, pero sin más a donde ir, la subió, pues, no hubo ningún motivo para no hacerlo y comenzó la interminable escalada.

Durante horas enteras trepó por la telaraña hasta que alcanzó los ojos del pez que miraban hacia el cielo bajo el agua, pero no miraban sólo el cielo, si no una cosa larga y rosada que se retorcía cerca de la superficie: una lombriz, ensartada a un anzuelo atado a un nailon que subía y se perdía sobre la superficie, y para desgracia de ella, el pez sube hasta el anzuelo y lo muerde, los pescadores inmediatamente jalan y sin mucha dificultad sacan al pez del agua que se sacude violentamente, pero finalmente se rinde y cae en un tobo en donde habían varios más de diversas especies, ella vio en los pescadores su salvación y cuando estos cortaron la cabeza al pez. Ella huyó y terminó por cruzar el río sin que los pescadores lo advirtieran, pero cuando iban a rajar al pez para sacarle las tripas, este se levantó y arrebató el cuchillo a los pescadores antes de regresar al río de nuevo, mientras su cabeza contemplaba sin ninguna muestra de asombro, el negro cielo de la noche.

Ella huyó, y llegando el amanecer todo se envolvió de nuevo en un torbellino de colores, y el corredor con el techo de lata podrido por los mangos reapareció al igual que la olla de mangos sancochados, y el sol se fue transformando en un rostro, el rostro de Luis Mendoza, que reapareció frente a ella:
–No, no recuerdo ninguna anécdota horita.

Fue la respuesta que dio; trató de buscar en su mente, pero, comprendió que no había ningún recuerdo en ella, porque los muertos no tienen recuerdos. Luis, recogió sus cosas y se fue, y ella se quedó allí en la ruinosa casa, en la que nadie vivía desde hacía cuarenta años atrás, pues los viejos llaneros y los jóvenes de La Chepera sabían que allí una señora alocada asesinó a su hija y había dejado que las hormigas se la comieran.

http://letrasllaneras.blogspot.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario